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Análisis geopolítico de la situación en América del Sur
por Fernando Fuenzalido Vollmar *
Publicado en Obando, Enrique y Sandra Namihas eds. Análisis y perspectivas de la Seguridad en América del Sur. Instituto de Estudios Internacionales (IDEI) y Pontificia Universidad Católica del perú, Lima Noviembre 2002.
1. El Marco Global
Creo que para clarificar nuestra mirada al considerar los cambios ocurridos en la condición geopolítica de los países de la América del Sur desde la época final de la Guerra Fría resulta indispensable, en estos días, prestar consideración privilegiada al panorama y a la dinámica más amplia del proceso llamado de Globalización que, por vía de un nuevo régimen internacional que no se puede calificar a estas alturas solamente de emergente, han venido condicionando la libre determinación y soberanía de los Estados nacionales en una dimensión sin precedentes en la historia económica y política de la Edad Contemporánea.
La globalización fue asumida primariamente a finales de la década de los ochenta a través de la ingenua teorización de Fukuyama como el advenimiento final de la utopía ecumenista de la Paz y la Prosperidad Universal en un final glorioso de la historia. Era el punto de llegada de un parto evolutivo laborioso que daba al fin los frutos de varios milenios de sangre derramada. No había pasado mucho tiempo -debemos recordar- cuando la intervención de Huntington, un segundo pensador de la transformación que estaba en marcha, hizo notar lo que ya los titulares de la prensa ponían a la vista: la globalización no haría sino intensificar los conflictos del pasado elevando a los actores a la escala de enteras civilizaciones. Nisbett, otro pensador, nos llamaba al mismo tiempo la atención sobre la llamada “paradoja de la globalidad”, el debilitamiento del Estado-nación y la exacerbación de la latencia identitaria de las pequeñas unidades étnicas y religiosas por mucho tiempo entonces olvidadas por la historia. Brzezinki, casi en simultáneo, nos presentaba en su Gran Tablero de Ajedrez un primer diseño de lo que podrían ser, como continuidad con el pasado, los conflictos del futuro. Sus predicciones se han cumplido en el conflicto centroasiático.
La globalización se revela en nuestros días, al paso de los años, como un proceso de naturaleza intrínsecamente compleja y conflictiva, que va más allá de cuanto hubieran podido adelantar hace una década todos estos pensadores y analistas. Pone en evidencia hasta el momento al menos dos componentes significativos: el ideológico y el político. El primero, el ideológico, es el del neoliberalismo. El segundo, el del hegemonismo.
El primero, en oposición al liberalismo clásico, reproduce en forma inversa el modelo de presentación del comunismo. Nos propone una fórmula dogmática que se asienta en una teoría y metodología particular de las Ciencias Económicas. Como el comunismo, se afirma en esta teoría la infabilidad de sus postulados y la fatalidad de sus predicciones desconociendo el desafío que proponen otras fórmulas teóricas y aun la realidad. Mas radicalmente en sus postulaciones filosóficas, nos propone una ética y una doctrina política de carácter anarco-individualista que, de una parte, privilegia de modo absoluto el interés privado por sobre el colectivo y deriva el privilegio de los intereses de los agentes económicos privados por sobre los intereses colectivos que el Estado representa. Para muchos analistas, la concentración acelerada del poder y la creciente opacidad de las instancias últimas de la decisión que la acompaña representan para la democracia un peligro aun mayor de lo que fueran los nacionalsocialismos y marxismos. Para otros, anticipan la desaparición final de la propiedad difundida y extendida de carácter personal y familiar como lo fue en el pasado. En resumidas cuentas, la liquidación de los cimientos últimos de la libertad personal y colectiva en cuanto ideal histórico de la civilización occidental cristiana.
El segundo componente, el del hegemonismo, procede de la distorsión de la originaria teoría liberal de la institucionalidad de la vida política y social, y de la economía de mercados.Ahí donde el liberalismo clásico subraya la importancia del fair play y reclama la igualdad de las oportunidades, esta nueva teoría se acoge a la supervivencia del más fuerte y a la mecánica de las desregulaciones asimétricas, propiciando no la “globalización” en términos genéricos sino una forma particular de la globalización: la globalización asimétrica de tendencias centralizadoras, que abre las puertas a la alternativa de unihegemonismos tiránicos o plurihegemonismos conflictivos como fórmula final. En resumen, nos trae una vez más a la palestra las polémicas de la primera década de los veinte entre los marxista- leninistas y los socialdemócratas kautskistas sobre la naturaleza y tendencia final del imperialismo.
La inversión radical de los valores hasta hace poco universalmente reconocidos en nuestras sociedades, que se traduce en la relativización extrema de la ética y su subordinación al criterio individual o al criterio parcializado de los grupos de interés o de poder, en la subordinación de la vida social a la política y la de ésta a la economía percibida desde la perspectiva del interés particular, han dado lugar en su postulación y consecuencias a turbulencias y confrontamientos que agrietan en todas direcciones el fundamento mismo del proceso. De una parte, aquellas que representan las contradicciones y los antagonismos entre grupos sociales e instituciones que adoptan el nuevo pensamiento y los que se acogen todavía a los colectivismos y estatismos, etnicismos y nacionalismos, solidarismos, soberanías y libre determinaciones de los pueblos y naciones que marcaron el pensamiento del pasado. De la otra parte, aquellas otras que confrontan a los diferentes grupos de poder político, económico, social, cultural, religioso o militar que se mueven en la legalidad, en la ilegalidad o en el ámbito de sombra que vincula en forma estrecha a una y otra, y que han prosperado y potenciado su poder al amparo del nuevo pensamiento y de las ambigüedades que la época de transición impone.
El caldo de cultivo que la sociedad globalizante pone para la multiplicación de estos conflictos está en las consecuencias que ella tiene para las mayorías del planeta en todo lo que atañe a la vida cotidiana. El sistema económico propiciado por la globalización neoliberal da muestras continuas de inestabilidad, por una parte; por la otra, condiciona férreamente la libertad de decisión de los Estados y gobiernos en lo que se refiere a la opción de alternativas para la estabilización de sus sistemas. El resultado es la crisis económica, política, social y militar constituida en hecho crónico y retroalimentado. No hace falta acudir a los recientes y alarmantes informes de la ONU sobre concentración de la riqueza e incremento de los porcentajes de la población mundial que se define en situación de pobreza extrema o precariamente al borde de ella. Las consecuencias de la inestabilidad no afectan solamente a los llamados sectores proletarios -de que otra parte han sido reducidos, dispersados y privados de poder por las nuevas legislaciones laborales-, sino que afectan igualmente a los profesionales, clases medias, pequeños y medianos empresarios y aun a los mayores. No afecta tampoco de manera exclusiva a las poblaciones de los países antes llamados del segundo o tercer mundo, sino a las poblaciones de las mismas potencias hegemónicas. El número de bancarrotas, personales y corporativas, anunciado en los Estados Unidos al terminar el primer semestre de este año, no tiene precedente. El de desocupados en la Unión Europea si lo tiene, pero se acerca gradualmente al de las peores postguerras del pasado. Crecimiento no es ya sinónimo de desarrollo.
La respuesta de las masas se anticipa en estos días en Argentina. Entre las innumerables clases de conflicto que se hacen manifiestas está la que comienza a enfrentar cada vez a la masa empobrecida y al Estado, constituido en un amortiguador cada vez más incómodo y precario entre aquellas e instituciones como el Fondo, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio. La inestabilidad de los regímenes de gobierno sometidos a esta tensión se hace de este modo crónica y la enorme variedad de los grupos que resisten potencia la amenaza de una nueva forma de subversión que no se apoya como en los tiempos comunistas en un sistema de contravalores sino que tiende a afirmarse en valores tradicionales reconocidos como positivos hasta tiempos muy recientes: justicia social, democracia participativa -lo que viene a ser una redundancia-; afirmación nacionalista o defensa de las tradiciones y valores religiosos y étnicos. Va a ser muy difícil el combatir y reprimir en el futuro esta clase de subversión contrasubversiva ya que, por lo menos parcialmente, va a encontrarse con nuestras conciencias divididas. Sin embargo, es de este mismo género de resistencias a la globalización que nacen los fundamentalismos, los nacionalismos y los etnicismos que promueven motines y desmanes como los de Davos o Génova, y terrorismos como los islámicos.
De una importancia semejante son las consecuencias de la confrontación doble entre el Estado y los fundamentalismos neoliberales de la banca, la bolsa y la gran corporacion cosmopolita y los que se dan entre el Estado y la resistencia interna de los sectores disidentes. En los Estados Unidos los desarrollos ocurridos desde el atentado de las torres han despertado una doble reacción por parte del Estado. De una parte, en lo político, el Estado de Emergencia Nacional y las Ordenes Ejecutivas han creado condiciones para lo que muchos ven como la emergencia de una dictadura. De la otra la crisis económica de los EE UU y los escándalos ENRÓN,WEBCOM y otros muchos que se asocian han ofrecido la ocasión al Presidente Bush para apartarse de la ortodoxia neoliberal reconociendo la falsedad de autorregulación de los mercados y la necesidad de una permanente operacion reguladora por parte del Estado En la America Latina y otros muchos países subdesarrollados, esto -y a su lado las insistentes declaraciones antifondo monetaristas de personajes como Joseph Stiglitz y otros muchos- podría tener por consecuencia una mayor permisividad para futuros golpes de Estado que quisieran orientarse hacia el autoritarismo o por lo menos hacia un refortalecimiento del Estado, y hacia una nueva orientación por parte de éstos hacia una mayor regulación de las economías. Con una adecuada política de satisfacción de las legítimas aspiraciones populares y el respaldo de gobiernos de igual orientación en la región, estos nuevos gobiernos fuertes “populistas” podrían llegar a consolidarse. Por lo pronto, los gobiernos que forman parte del PactoAndino suscribieron ya en julio de 2000 el Acta de Lima en la que hacían manifiesta su intencion de restaurar en comun una escala de prioridades en la que la economia se subordinara una vez mas al objetivo politico y social afirmando al mismo tiempo voluntades orientadas a la constitución futura de una confederación política de carácter regional. En América Latina se encuentra presente en círculos políticos significativos la intención de aprovechar las grietas que se abren en la ideología y el sistema para recuperar autonomía y aligerar el impacto de presiones como las que ejerce el Fondo Monetario. En los Estados Unidos, al contrario, la confrontación entre las empresas y el Estado no hace sino debilitar interna y externamente al Estado Federal. Una encuesta difundida el pasado 26 de junio revelaba que, entre el atentado de las torres y pasado mes junio, la confianza del electorado americano en la guerra contra el terrorismo había descendido desde el 66% al 33%. No entre las menores causas se encuentra el desmesurado porcentaje de bancarrotas económicas ocurridas durante este lapso y la creciente desconfianza en el régimen prácticamente policial introducido desde entonces.
La parálisis, más que muerte de las ideologías, que se manifestó en el desconcierto de la clase intelectual que sucedió a la caída del Soviet Supremo ha comenzado entretanto a ceder. El proceso de creación de ideología alternativa frente al neoliberalismo se encuentra en plena marcha. Las discusiones doctrinarias tienden a trascender el dogmatismo y borran con frecuencia las fronteras convencionales entre la izquierda y la derecha. “No existen ya ni derechas ni izquierdas -reza uno de sus lemas- solamente existe el globalismo y el antiglobalismo". Las nociones de izquierda y de derecha necesitarán redefinirse en una semántica política futura en la que la Nueva Derecha Europea de hace algunos años y la Tercera Vía Socialista de años más recientes habrán sido completamente superadas por no haber sabido responder a las expectativas populares con propuestas adecuadamente consistentes. Más allá de todo esto, se fortalecen y convergen -y devienen en partidos internacionales en su antiglobalismo- movimientos tan variados como el anarco-solidarismo de Chomsky en los EE UU, el nacional-sindicalismo ramirista de las juventudes españolas de la antigua derecha radical, el eurasismo ruso que hace del solidarismo una virtud nacionalista y religiosa, el solidarismo religioso del Comandante Marcos o el neocomunismo heterodoxo de Antonio Negri que trata de refundar el bolchevismo abandonando a Marx y reemplazándolo por Gramsci y el filósofo formal racionalista Spinoza.Todos estos procesos ideológicos se mantienen abiertos todavía a discusión y crítica y, pese a sus rivalidades y antagonismos heredados, muestran la tendencia a converger en las movilizaciones antimundialistas orquestadas desde Porto Alegre y Chiapas.
En el contexto de las relaciones internacionales el unihegemonismo ejercido por los EE UU desde finales de la Guerra Fría tiende a debilitarse aceleradamente y a ser sucedido por un nuevo plurihegemonismo cuyos protagonistas principales podrían terminar por ser la Unión Europea y una CEI fortalecida por sus alianzas en el Asia. Contribuyen a reforzar esta tendencia el crecimiento de la economía europea, la rápida consolidación del euro y la no menos rápida movilización de la diplomacia rusa de Putin, con posterioridad al atentado de las torres, en dirección hacia la creación del eje Lisboa Vladivostok que los rusos denominan eje de estabilización mundial.
Desde comienzos de la década de los noventa, como anticipaba Huntington, el breve interludio unipolar se ha venido desplazando de retorno a la bipolaridad o ha tendido hacia la multipolaridad. El antagonismo y confrontamiento histórico entre el mar y el continente descrito por McKinder ha estado otra vez en marcha, asumiendo ahora la figura de un confrontamiento entre atlantismo y eurasismo. Las líneas de avance han retomado primero la direccionalidad que mantuvieron antes durante varios siglos independientemente de los sucesivos contextos ideológicos. La Federación Rusa, a la que no se debe subestimar, levanta la cabeza gradualmente después de la derrota de la Unión Soviética y afirma posiciones frente al unihegemonismo. Ha retomado, para esto, como lo hice ya notar en un artículo que data de julio del 2000 (FuenzalidaVollmar, Fernando: “Pacífico, Mar del Sur o Mare Nostrum - El Nuevo Pivote Geopolítico de la Historia”) sus tres vectores tradicionales: el primero, hacia occidente, persiguiendo un nuevo entendimiento con Berlín y asegurando posiciones en las zonas balcánicas con Serbia, y en la Oriental Europea con Ucrania; el segundo, en dirección meridional, centrando su atención en la barrera afgana con la intención explícita de alcanzar una salida al Océano Índico y a las puertas de Bab El-Mandeb y Adén, más adelante un doble pacto militar con la India -también potencia atómica- y con Irán ha asegurado a la Federación el acceso a estos espacios; el tercero, hacia el oriente, mediante el estableci miento del Pacto Eurasiático que la liga una vez más al destino de la China, en crecimiento y potenciada por la bomba de neutrones, y que busca activamente proyectarse a una Corea reunificada, también atómica y activamente unida -sur y norte-, a Rusia en su oposición al escudo misilístico, a un Taiwán conciliador y económicamente poderoso -cuyo presidente anunciaba hace un año una visita oficial al Continente- y a un Japón en crisis que se muestra resentido por las manipulaciones especulativas del mercado financiero de occidente. Desde noviembre del año 2000 Rusia hizo saber su aspiración de convertirse en un centro integrador para Asia, Europa y América. La respuesta terminó representada en términos geopolíticos por la firma entre Rusia, China, India e Irán del Tratado sobre Vías Meridionales de Transporte, configurado sobre las huellas de la anti- gua Ruta de la Seda y abriendo el acceso de la Federación a los puertos del Golfo Pérsico. Fue el llamado trígono estratégico. La estructura de esta red de alianzas que se ha venido construyendo se ha cerrado en el área centroasiática por la subsiguiente creación del Grupo de los Cinco de Shanghai y ha salido al encuentro de la América del Sur a través de convenios tecnológicos y militares. Organizaciones económicas como el PBEC, el PECC y Ia APEC constituyen una trama que ha reforzado los contactos en esa dirección. La Federación persiste en la estrategia clásica de la telurocracia, que consiste en la generación de espacios de dominio a partir del Heartland euroasiático, afirmados en la masa continental, dotados de continuidad espacial y articulados en virtud de alianzas o anexiones. China ha sido por un tiempo la principal beneficiaria de todos estos movimientos. Motivo de preocupación para los EE UU ha sido desde hace varios años la transferencia del Canal de Panamá a los capitales chinos, así como la voluntad de construcción por esos mismos capitales de un gigantesco megapuerto en las Bahamas.
En cuanto al sistema Atlántico, -advierto en el artículo citado- mejor representado en el momento por la OTAN que por la asociación política entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea, ha proseguido también un triple avance: en primer lugar, hacia el oriente afirmando posiciones sobre la Europa Central y Oriental, los Balcanes y extendiéndolas a Ucrania; en segundo lugar, hacia la región meridional abandonando al África anarquizada y devastada, afirmando su dominio neutralizador sobre América del Sur, constituida por “países nominalmente independientes” como los designaba Alexandre de Marenches, el ex Jefe de los Servicios Secretos Franceses, y manteniendo posiciones en la zona Sur Pacífico; en tercer lugar, hacia occidente bajo la forma de una penetración económica y cultural que se afirma sólidamente en la zona ruso-siberiana y que crece venciendo resistencias en el mismo Heartland de la Federación. Ha persistido en la estrategia clásica de la talasocracia, consistente en el dominio de los espacios de comunicación y de transporte, afirmado fundamentalmente en los océanos y orientado a la supremacía en el control de los recursos energéticos y materias primas, de la economía, la finanza y el comercio como instrumentos del poder político.
Hans Morgenthau de la Universidad de Chicago hizo notar hace algunos años que, más allá de las controversias ideológicas del capitalismo y el marxismo lo que el confrontamiento océanico-telúrico hacía manifiesto era el confrontamiento entre dos principios morales en conflicto. Desde la perspectiva americana de Hans Morgenthau, estos principios son los de la libertad y la tiranía; desde la perspectiva rusa de teóricos actuales del movimiento euroasiático como Alexander Dugin, se trata más bien del individualismo ateo y secularizante contra el solidarismo alimentado por la tradición cristiana de la Santa Rusia. Cualquiera que sea la interpretación queda un hecho en evidencia: la ideología de la democracia representativa anglosajona y el mercado libre se enfrentan en este nuevo despliegue de las fuerzas con una poderosa resistencia que ideológicamente se nutre no ya del materialismo ateo del marxismo comunista sino de las identidades y tradiciones religiosas de los pueblos implicados. Es ahora la Iglesia Ortodoxa, y no el Partido Comunista, el más entusiasta defensor de la doctrina eurasista y del nuevo proyecto de Pax Eurasiática, así como lo son en la Comunidad Europea y en la América Latina, la Iglesia Católica y la Luterana;y en el área afroasiática, el Islam, los más ardientes críticos del neoliberalismo, de las globalizaciones asimétricas y defensores de las identidades nacionales y étnicas.
Hecha explícita la vocación eurasista de la Federación Rusa y completada la articulación de su eje de expansión hacia el oriente por el Pacto Eurasiático firmado con Pekín, India e Irán al mismo tiempo que el hegemonismo de los Estados Unidos con la OTAN garantizaba la estabilización del eje de expansión del atlantismo sobre las costas del Pacífico, los dos vectores del conflicto terminaron por encontrarse finalmente no sólo en la región balcánica en donde se revelaba ya hace un año (lnsightMagazine, Declaraciones del Representante Roscoe Bartlett, mayo 5, 2001) que en 1999 los EE UU y Rusia estuvieron al borde de un confrontamiento atómico por causa de la crisis de Kosovo; sino en el Asia Central y Occidental y más allá de ésta en el Océano Pacífico al que podría todavía tender a desplazarse el centro de gravedad de los conflictos. En la zona meridional del Mar de China se han venido repitiendo los enfrentamientos ya desde hace varios años. Desde marzo del año pasado se había ya anunciado un viraje histórico en el énfasis del despliegue militar americano, con China suplantando a Rusia como antagonista principal. Una declaración hecha por el Secretario de Defensa Ronald Rumsfeld hacia fines del pasado mes de marzo de 2001 concluyó en que sería el Océano Pacífico a partir de ahora el foco principal de los intereses estratégicos de los EE UU mientras la prensa americana reconocía en eso los indicios del comienzo de una nueva Guerra Fría. Aunque con el disentimiento del almirante Dennis Blair, Jefe del Comando del Pacífico Meridional, la tendencia -hecha manifiesta repetidas veces por el Secretario de Defensa en los dos meses siguientes-vino a confirmar las predicciones de los analistas (The New York Times, mayo 18, 2001).
A partir del atentado del 11 de septiembre la ofensiva diplomática y militar americana, generalizada hacia un enemigo indefinido y declarada como una guerra sin objetivo ni fin reconocibles, pero focalizada por ahora en las zonas periféricas de la Federación, condujo a una nueva serie de tanteos en busca de acomodo con la nueva situación al mismo tiempo que a un acercamiento en dirección a una Unión Europea cuyos desacuerdos con los EE UU se hacían cada vez más acentuados desde hacia varios años y se agravan estos días por causa de la crisis Palestina y la cuestión de Irak. La duda y la aprensión se instalaron sólidamente entre los analistas rusos desde el momento en que Bush hizo las primeras alusiones a la existencia de un eje del ma!, más tarde redefinido como curva de inestabilidad. El cambio de la dirección geoestratégica en las relaciones con Europa se hizo indispensable.
Los acontecimientos más recientes confirman finalmente el reajuste de las nuevas tensiones entre la Federación y los EE UU, y dan comienzo a lo que un ajedrecista llamaría el Medio Juego.Al mismo tiempo los acuerdos entre Bush y Putin han creado un nuevo apoyo para la distensión al aceptarse una nueva reducción del armamento de ambas partes y ha anunciado Rusia la creación de la curva de estabilidad sobre la base de la articulación de su política de seguridad con la de la OTAN. La política europea será, sin duda alguna, sujeto de cambios importantes por causa del peso que representan en el orden internacional la Federación y sus aliados. Es probable que los europeos vean este acercamiento como una fórmula que facilite su manejo de los desacuerdos con los EE UU amortiguando la presión de Washington y restaurando el equilibrio de las fuerzas. Los eurasistas rusos comienzan a entenderlo como el complemento necesario a las alianzas trabadas en el Asia. Por lo pronto, Rusia es el principal socio comercial de los europeos. Se anuncia su ingreso formal en el Grupo de los Siete para el 2006. Entre tanto se agudizan las tensiones en el Medio Oriente y en la zona del Kashmir,y se hace impredictible cuánto pueda llegara prolongarse el Medio Juego que se inicia.
Por ahora sólo algo es predictible. El unihegemonismo estadounidense ha resultado más debilitado que consolidado por las sucesivas intervenciones militares conducidas bajo su liderazgo desde los fines de la Guerra Fría y sobre todo ahora por la Guerra contra el Terrorismo. Deriva ahora aceleradamente hacia un plurihegemonismo en el que los protagonistas principales serán los Estados Unidos más la Unión Europea, en el que la Federación Rusa tratará de consolidar la posición de mediador e intermediario y en el que la China se reservará un papel de creciente importancia no solo en el oriente sino también en la Cuenca del Pacífico hasta las costas de este continente.
3. Desafíos y alternativas para América Latina
Aunque América del Sur se encuentre todavía en una zona periférica a aquella que concentra los conflictos inmediatos se advierten señales de que adquiere una importancia cada vez mayor en los esquemas de expansión de las hegemonías múltiples que están en emergencia tanto en el universo de los grandes bloques aspirantes a la condición de macro Estados de escala continentalista como en el de las grandes corporaciones financieras e industriales que aspiran estos días a la construcción de grandes imperios coloniales.
El interior de la América del Sur, como se ha hecho notar más de una vez por distinguidos analistas, es el espacio de,los “países nominalmente independientes”. Es al mismo tiempo el territorio del antiguo Imperio Hispano del Perú y del Tahuantisuyo efímero deTúpac Amaru.Comprende entre las regiones amazónicas y chaqueña, y las pampas argentinas una de las áreas más ricas de recursos del planeta que se halla en su mayor parte inexplotada. Se trata, al mismo tiempo, de regiones despobladas o de baja densidad poblacional. Una densidad que podría ser más reducida todavía mediante políticas de población ad hoc que pusieran sus recursos a disposición de los crecimientos hegemónicos. La tendencia a incrementarse de las invasiones migratorias hacia los espacios de mayor desarrollo eco- nómico podría, por ejemplo, ser eventualmente compensada expandiendo esos espacios hegemónicos hacia las zonas de mayor despoblación y máximos recursos que son, al mismo tiempo, los de mayor pobreza y desarrollo mínimo. Si hemos de atenernos a las opiniones y a los juicios de los más importantes analistas, en el siglo que se abre la América Latina se convierte en ámbito de decisión geopolítica mundial, y estos años que vivimos se convierten en “años de decisión”, como llamó a los que vivía en Europa poco antes de la Segunda Guerra, el historiador Oswaldo Spengler.
La estructura de la red de alianzas que se ha venido construyendo por la Federación Rusa y por la China alcanza a la América del Sur a través de los pactos confirmados entre Venezuela y la Federación. Organizaciones económicas como el PBEC, el PECC y la APEC constituyen una trama que refuerza los contactos en esa dirección. China ha iniciado sus avances económicos en la zona.Visitas sucesivas del Presidente de la China, Jian Zemin,a laArgentina,a Caracas y a La Habana con los ventajosos acuerdos económicos logrados en cada una de esas ocasiones por los sudamericanos apuntan a una voluntad de cooperación incrementada entre los Estados orientales y sudamericanos del Pacífico. La coincidencia de Jospin con Jiang Zemin en Buenos Aires, hace apenas un par de años, puso de manifiesto el respaldo que la Unión Europea otorga a tal cooperación; Chile ha declarado que no está en condiciones de precisar una fecha para su ingreso definitivo en el Tratado de Libre Comercio y se ha orientado más bien a una intensificación de los contactos comerciales con la Unión Europea**;y, mientras tanto -en Buenos Aires y en Caracas- Colombia,Venezuela,Argentina y el Brasil han declarado no hace mucho su voluntad explícita de postergar hasta más avanzada la integración sudamericana, o por lo menos hasta el año 2005, toda decisión de incorporarse al ALCA, mientras Buenos Aires anuncia su respaldo a un posible ingreso de Venezuela en MERCOSUR. En Buenos Aires, un analista vinculado con medios del gobierno,Alberto Buela, ha venido especulando desde hace unos cuatro años sobre las potencialidades eventuales de “un rombo” conformado por Brasilia, Buenos Aires, Lima y Caracas.
La Gran Partida de Ajedrez afecta actualmente a la América del Sur y esto se traduce en los sucesivos confrontamientos encubiertos y maniobras de desestabilización económica y política que han afectado en los años más recientes al Ecuador, Perú, Bolivia,Venezuela,Argentina y Brasil, después de golpear con algo de intensidad a Chile y Paraguay, y han llevado al Plan Colombia a un plano primerísimo de preocupación para los analistas. El avance persistente de este plan hacia sus aparentes objetivos -afirmación del control de Panamá y la región Caribe, y expansión de la presencia militar americana hacia la región meridional- resulta reforzado por la dolarización de un Ecuador caotizado y la firma de convenios que otorgan a los EE UU el privilegio para la construcción y manejo del megapuerto comercial y militar de Manta, y de la ruta que unirá a ese país con el puerto atlántico de Manaos en Brasil. En tiempos más recientes la apertura de los Nuevos Horizontes en Perú, el balancín desestabilizador de Venezuela, el tono cada vez más airado en que deviene el dialogo de sordos entre EE UU y Cuba mientras se agita la cuestión de la creciente influencia de la China en el Caribe, la acelerada descomposición de la Argentina que fuera hasta hace poco el principal socio y aliado de los EE UU en esta zona, el informe reciente del Departamento de Estado con la evaluación de la América Latina en términos de su colaboración en la guerra sin fin y sin comienzo, en el que los Estados Unidos levantan por primera vez la mano contra Chite, las presiones ejercidas por el Departamento de Estado sobre los resultados electorales en Bolivia y la reemergencia electoral del populismo en las recientes elecciones de Brasil, Bolivia y Ecuador inauguran la participación de la América del Sur en la partida y nos traen la inquietud de que la próxima jugada pueda llegar a hacerse en este continente, hacia el otro lado del Pacifico o en ambos continentes.
Los respectivos movimientos de apertura y de defensa en la partida están todavía en el momento teniendo como foco y como blanco frágiles procesos de unificación política y económica como los que fueron parte del consenso internacional andino que anunció el Acta de Lima de junio de 2000. El apremio por adelantar la incorporación de estos países en el ALCA, que ha hecho posteriormente manifiesto el gobierno de los EE UU en las reuniones de Québec y San José, formó parte de la contraofensiva diplomática de ese país, todavía resistida entonces por la América Latina. Una resistencia de la que el bloque latinoamericano ha ido dando muestras -luego de la reunión del mismo Pacto Andino en Valencia,Venezuela, junio de 2001- de estar debilitándose ante la presión extrema.
Por lo pronto, el panorama se presenta sustancialmente transformado en relación con el que dominó las consideraciones estratégicas en el curso de los pasados sesenta años. Es oportuno considerar algunas de estas transformaciones:
1. Desaparecido el peligro comunista que dio lugar a su conformación y consolidación, el sistema de alianzas que nació en la Guerra Fría se encuentra en estado avanzado de descomposición.
2. La condición de unipolaridad en que tuvo su comienzo la post Guerra Fría ha dado lugar a distorsiones -particularmente la de asimetría de poderes en los campos políticos, económicos, cultural y militar- que ejercen presión considerable sobre las soberanías nacionales y que comienzan a imponer restricciones de suma gravedad sobre la aplicación del principio de libre determinación.
3. A la inquietud y el descontento que esta situación genera entre las naciones afectadas por estos procesos asimétricos, se añade la creciente ola mundial de desocupación y el empobrecimiento de las grandes mayorías por causa de una crisis económica a la que las distorsiones de la liberalización han terminado por convertir en crónica.
4. La inquietud y el descontento de las mayorías laboral y económicamente afectadas por el proceso en marcha dan comienzo a una nueva era de trastornos y confrontamientos sociales de escala mundial que girarán inevitablemente en torno de los problemas generados por la globalización y la neoliberalización de las economías. Las ideologías que servirán de vector a estos procesos no estarán ya polarizadas por las divergencias teológico metafísicas entre el materialismo y el no materialismo, colectivismo e individualismo, sino por concepciones antagónicas acerca de la naturaleza del Estado, la definición de la democracia, el manejo de las economías y las identidades nacionales.
5. En el tablero geográfico político se observa un reacomodamiento acelerado en el sistema mundial de las alianzas que tiende a una multipolarización entre las potencias atlánticas y sus zonas de influencia, y las potencias pacificas acompañadas por las suyas. El centro de gravedad de los confrontamientos entre estos nuevos polos se desplaza por el momento hacia el Oriente Medio, el Asia Central y la cuenca del Pacífico y su zona alcanza territorialmente al continente americano. Estados Unidos y la China no podrán evitar por mucho tiempo el que los conflictos de mayor y media intensidad lleguen a comprometer sus propios territorios.
6. América del Sur y sus recursos constituirán un espacio de disputa entre los hegemonismos antagónicos y corren el peligro de verse involucrados en conflictos internos y externos de mayor intensidad, complejidad y escala que en el pasado. En el interior de las alianzas mayores tenderán a desarrollarse conflictos secundarios por rivalidad y antagonismo entre las diferentes zonas civilizacionales implicadas. Entre la Unión Europea y los Estados Unidos, por ejemplo, o entre los Estados Unidos y laAmérica del Sur. Sólo con dificultades los conflictos de esta escala podrán ser aislados evitando el involucramiento de la otra o de las otras hegemonías.
7. El objetivo de los confrontamientos estará orientado no al control de territorios sino directamente al de sus recursos, y no directamente al control de los Estados sino al dominio psicocultural de sus poblaciones. Las armas privilegiadas serán las del mercado financiero y de la información. En las diversas escalas e intensidades de los confrontamientos adquirirán una importancia cada vez mayor las tecnologías más sofisticadas, las operaciones de guerra psicológica, psicosocial e informativa, el terrorismo internacional ejercido por cuenta de mafias, corporaciones financieras y naciones, las represalias, sanciones o agresiones económicas, y la desestabilización económica, política y social del adversario.
8. Las áreas y regiones civilizacionales política y económicamente fragmentadas, particularmente si se ubican territorialmente en zonas ricas en recursos o en espacios geográficos de importancia estratégica en la bisagra entre Atlántico y Pacífico y sufren de un atraso en su desarrollo político, social y productivo, tal como en el caso de la América del Sur y Latina en general; tenderán a ser sujetos de una regresión acelerada hacia condiciones coloniales a menos que se integren aceleradamente para la constitución de unidades autónomas de escala equivalente a la de las potencias hegemónicas.
En el marco de las circunstancias y condicionamientos que describen los principales analistas y de las consecuencias que derivan para países y Estados como el de la nación peruana, el diseño de políticas de seguridad y de defensa se encuentra en estos días con dificultades semejantes a las que se hubo de enfrentar en el pasado, por las naciones del viejo continente, durante la época crítica del tránsito entre los Estados dinásticos y los territoriales.
Por lo pronto, el objetivo inmediato de una política de Defensa y de Seguridad está en la defensa de la soberanía del Estado y de su estabilidad. La soberanía se define desde sus contenidos como la soberanía de la autodeterminación sobre los asuntos que atañen a sus propias condiciones de existencia, sobre las poblaciones a las que representa y sirve y las que se acogen a su ámbito, sobre su territorio y sus recursos, sobre la orientación de sus recursos y sobre las dinámicas de su cultura y sociedad.
Pero ¿a qué soberanía y a qué derecho de autodeterminación se habrá de aplicar en defender y dar seguridad una política, en el marco de un Estado que se encuentra voluntaria o involuntariamente precondicionado externamente a la nación y cuyo propio derecho de existir está ya siendo puesto en juicio? ¿A qué territorio habrá de aplicarse la defensa si una privatización desacertada y poco responsable de los recursos colectivos y una apertura incontrolada de mercados llega a imponerse en esferas de derecho que asuman las conducciones económicas desde una jurisdicción supraestatal y termina por multiplicar bolsones de extraterritorialidad dentro de las fronteras nacionales? ¿Cómo habrá de controlarse estos excesos si el Estado no tiene ya la libertad para tomar sus propias decisiones en materia de orientaciones y manejo de su propia economía? ¿Cómo podrá recuperar el Estado esa libertad si su estructura y sus políticas obedecen a una reglamentación, una vigilancia y un control manejados por agencias extranjeras?
Dentro de esta perspectiva, la Fuerza Armada no podrá, por su propia responsabilidad, desentenderse en el futuro de los esfuerzos de la civilidad y de sus dirigencias por la moralización y el mejoramiento en eficiencia del aparato del Estado ni por los esfuerzos que éste alcance a realizar para la plena recuperación y el ejercicio libre de sus funciones, privilegios y tareas en la protección de las libertades ciudadanas, la protección del patrimonio común y los recursos, la orientación de la vida económica del país, la promoción del desarrollo y el mejoramiento continuo de la calidad de vida ciudadana y la cultura.
En los años venideros se seguirá estando en la necesidad imperativa de la defensa y seguridad del Estado y la nación, y en el futuro más inmediato que se presenta a nuestros ojos, en la de traer a la realidad el salto de escala necesario para equiparar las presiones ejercidas por las fuerzas internacionales que se ejercen sobre la región. Para el logro de esos fines resultará indispensable priorizar la estrategia y las acciones de nuestras diplomacias iberoamericanas en el esfuerzo compartido para lograr la integración política y económica de la región andina, favorecer la integración de los países del cono sur, fortalecer los vínculos con la potencia atlántica más próxima y afín que es el Brasil y proceder, en una fase posterior, a la integración conjunta del espacio sudamericano. En ese esfuerzo resultará indispensable también para cada una de nuestrás naciones encontrar externamente los apoyos necesarios en una sabia y astuta política de alianzas. La Fuerza Armada deberá capacitarse para estimular y proveer la máxima eficiencia activa en el respaldo a los esfuerzos que realice nuestra diplomacia en esa dirección.
La brecha abierta entre la civilidad y las fuerzas armadas en las décadas pasadas de nuestra historia es una herida abierta que sangra todavía en el mismo corazón de todos los sudamericanos. Es una herida que debilita a las naciones y contribuye a desmoralizar al ciudadano, mermar la fortaleza de nuestras sociedades, estimular el derrotismo, alienar al empresario y al político identificándolo con intereses ajenos y antagónicos a los de su país, y alentar la corrupción. Esa herida necesita con urgencia ser cerrada si América del Sur se encuentra interesada todavía en la preservación de sus soberanías, sus derechos a la autodeterminación por las voluntades ciudadanas y sus libertades individuales y colectivas.
Se encuentra dentro de las necesidades de una legítima política de seguridad y de defensa el cierre de esa grieta, y el logro de un total entendimiento y una eficaz colaboración entre Fuerzas Armadas y civilidad. Las Fuerzas Armadas deben tomar la iniciativa y ser activas en la ejecución de una política adecuada para esos fines. No basta con las muestras de contrición que demandan los políticos. Necesitan demarcar con precisión el espacio de sus obligaciones, privilegios y derechos, y trazar -con no menos claridad- la línea de frontera entre sus atribuciones y responsabilidades específicas, y aquellos que atañen a las instituciones de la civilidad en general. Hacer conocer con transparencia tales demarcaciones al ciudadano común, ofreciendo y demandando las garantías necesarias de que serán respetadas de una y otra parte de aquí en adelante. Necesitan también colaborar activamente en el apoyo material a la preservación y promoción del bienestar de las poblaciones con las que se mantienen en contacto.
Sin embargo, eso tampoco basta. No existen guerras que no involucren a la civilidad en su conjunto. Lo hemos comprobado una y otra vez desde los años del 1914.
Cada civil, adecuadamente entrenado e informado en los asuntos militares, es una garantía más de la seguridad propia y ajena en casos de conflicto. La educación premilitar y militar de cada ciudadano es una necesidad universal en el mundo del siglo que comienza. En el marco de una legítima política de seguridad y de defensa, las Fuerzas Armadas deberían insistir incansablemente en la universalización y superación en calidad de la instrucción militar en los niveles de la escuela, el colegio y la universidad, así como en la instrucción e información de los sectores profesionales, empresariales y políticos en materia de asuntos de seguridad y de defensa. Las instituciones ya existentes en las que se preserva y se mantiene el diálogo entre militares y civiles en torno a nuestros problemas de seguridad y de defensa deberían cumplir un rol de conducción sobre este respecto. El objetivo es el mantenimiento de una poderosa, bien preparada y coordinada fuerza de reserva en América del Sur. Mientras esa fuerza no se haya constituido en toda su capacidad, será una voluntad vacía toda aquella que pretenda -como irresponsablemente se propone en muchos casos- una reducción de presupuestos por vía de una paralela reducción de los efectivos en servicio. La moral cívica y la voluntad de resistir de un pueblo no podrán nunca ser sustituidos por una sala de computadoras.
Una nación existe solamente mientras su pueblo conserve la voluntad de ser, la voluntad de pertenecer y la voluntad de preservar su identidad y mientras arraiguen esas voluntades en las instituciones familiares y en la tierra en que se habita. La defensa de la libertad es imposible mientras no haya una libertad que defender. La defensa de la colectividad es imposible mientras no haya una familia que nos vincule e identifique a ella. La defensa de la propiedad es imposible cuando carecemos de toda propiedad. La defensa de la territorialidad es imposible cuando no existe nada que nos ligue y nos vincule a ésta; la defensa de la identidad es imposible cuando nuestra identidad se encuentra degradada y depreciada, y no tenemos más aspiración que la de cambiarla por la identidad ajena. En todo ello es que se asienta y consolida aquello que llamamos la moral de una nación. Una nación se encuentra por anticipado derrotada cuando sus ciudadanos, desmoralizados, no tienen nada ya que defender.
Las políticas sociales son, por ello, también condicionantes de la capacidad de defensa y seguridad de la nación. Las políticas de empleo, trabajo y salario; las de vivienda, salud y educación; las de bienestar familiar y seguridad urbana; la protección de identidades y valores en los niveles nacionales, regional y étnico; y, por eso, las políticas de comunicación y de recreación en el sistema de los medios constituyen parte cada vez más importante del marco en que se define la seguridad y la defensa de un país. Sin protagonismos y sin imposiciones de orientación militarista es también parte de las responsabilidades de nuestra Fuerza Armada, el respaldo y la promoción de polítjcas de Estado que, sin acudir a controlismos, construyan y sostengan condiciones adecuadas para el respeto y consolidación de los derechos laborales y sociales, la justicia salarial y la estabilidad; la protección de la familia, la mujer, el niño y el anciano; la generación de condiciones favorables para el ahorro personal y familiar, y a la activa promoción y protección del derecho a la propiedad personal y familiar, así como también el activo compromiso del Estado en la generación y manejo de recursos adecuados para el mantenimiento de niveles de vida decorosos en todos los niveles de la sociedad. Les corresponde la misma preocupación y responsabilidad en la vigilancia y protección de todas las actividades del Estado que se propongan como fin la elevación de los niveles de moral y ética, de responsabilidad y solidaridad cívica o ciudadana, de dignificación de la propia identidad y de la propia historia y de afirmación de identidad en todas las manifestaciones de cultura; y en circunstancias en que el Estado se ausentara de tal obligación la de estimular nuevamente su interés e inclusive tomar la iniciativa.
En el siglo que comienza, la integración de la América del Sur deja, por necesidad del nuevo orden internacional que se le impone de manera unilateral al continente, de ser una mera aspiración de carácter pasatista, utópico o nostálgico y se convierte en un imperativo de supervivencia. La orientación de nuestras Fuerzas Armadas hacia tal objetivo integrador emerge, en consecuencia, como prioritaria en la política de seguridad de la región. Es históricamente, sin embargo, un objetivo que, por su misma envergadura, demanda de la voluntad y movilización total, explícita y activa de todas las fuerzas culturales, políticas, sociales y económicas que deban involucrarse en el proceso. Sin el desarrollo de un diálogo dinámico y activo entre todas las fuerzas sociales que deberán participar, ese objetivo resultará inalcanzable.
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* Antropólogo, Filósofo y Geopolitico, con estudios en la Universidad Nacional de San Marcos, en Lima, como también en las ciudades de Varsovia y Manchester. Actualmente
es profesor de la Universidad Nacional de San Marcos, Universidad del Pacifico, la
Escuela de Alto Mando de la Fuerza Aérea Peruana y la Escuela Nacional de Guerra
Naval.Asimismo,es Miembro Vitalicio del Consejo Mundial de la SociedadAmericanistas
** En diciembre del 2003 Chile y los EEUU llegaron finalmente a un acuerdo a este respecto. El proceso de la ALALC en la región se encuentra otra vez en marcha.
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