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La Sangre del Condor: un viaje a la Arcadia
por Fernando Fuenzalida Vollmar
Desde que, en los años del mil novecientos setenta, Michael Harnery Carlos Castañeda, antropólogos ambos, fallecido hace poco el segundo, pusieron al chamanismo de moda, la palabra -a caballo del Center -ahora Foundation- for Shamanic Studies y de las “enseñanzas de Don Juan”- ha venido teniendo una afortunada carrera. Esa fortuna procede de una combinación singular de ocurrencias que conjugan el auge acadèmico en la investigación del sistema nervioso, su estructura y dinámica y la difusión explosiva de una nueva religiosidad de masas urbanas, ilustradas a medias, en la que la demanda se orienta al consumo voraz de experiencias exóticas y a la instrumentalidad tecnológica.
Desarrollos espectaculares en sí, si se considera al respecto que las investigaciones pioneras de Ramón y Cajal a comienzos del siglo tuvieron escasas secuelas por décadas hasta que casi de un día para otro el descubrimiento de las drogas psicotrópicas y su difusión masiva en la sociedad americana llamaron la atención hacia campos vecinos que languidecían también, la endocrinología, la neurofisiología y la neuroquímica entre otros. La simultánea comprobación etnográfica de que toda una multitud, hasta entonces o nada o muy poco entendida, de técnicas “místicas” y rituales “ascéticos” practicadas por los pueblos “primitivos” y “arcaicos” podía explicarse a la luz de los nuevos hallazgos biopsíquicos terminó conduciendo, en tiempo muy breve, a una alianza de mútuo provecho. El foco común sigue siendo hasta hoy el estudio de los saberes “ocultos” de curanderos, hechiceros y brujos a los que ahora llamamos chamanes. La divulgación contribuyó con lo suyo. A veces desinteresada, seria, digna y bienintencionada. Amarillenta, otras veces, como la prensa de todos los días y orientada más bien a cosechar beneficio de un mercado cada vez más dispuesto a comprar maravillas, bizarrerías y freaks. Por ahora, el chamanismo “nativo” representa un negocio rentable. En su nombre prosperan tanto en los Estados Unidos y Europa como en el Tercer Mundo toda clase de “escuelas de sabiduría”; consultorios de cura por cristales de cuarzo; centros de adivinación por la geomancia de las conchas, las hojas de la coca o la arena;artesanías talismánicas para el consumo de viajeros e incautos o para la exportación a mejores mercados; y junto con ello, multitudes de agencias de ·”turismo mágico” que, a cambio de una módica suma, otorgan acceso a sesiones más o menos discretas de San Pedro, Ayahuasca o Peyote y que, junto con la “iniciación” codiciada, proveen al turista de un “guru” y abren sus puertas mentales a “las realidades alternas”. Un número creciente de chamanes legítimos se beneficia estos dias de ese lucrativo negocio. La doctrina y la práctica que propagan a todos los vientos -los cuatro- tienen ya poco que ver con las que su milenaria tradición les enseña. Son producto y espejo del desarraigo que viven.
Tecnología biopsíquica y espiritualidad de mercado proponen extremos. ¿Es que hay algo en común entre tales extremos?. La mistificación - no la mística- se revela compartida por ambos.
La objetividad, de una parte. Alienados de sí el sujeto y la experiencia vivida, y abstraídos con ellos el sentido, propósito y vida que constituyen lo real, se simplifica, fragmenta y reduce el fenómeno a escalas de más fácil manejo: son ahora no más que multiplicidad material y contable, superficie exterior y volumen mensurable y corporeo, impenetrabilidad de la cosa. Se enajena la conciencia del mundo. Pierde densidad, profundidad y espesor. El mundo se trueca en imagen y artefacto mecánico, el saber se confina a las relaciones externas, el poder a la manipulación material. La logica abstracta, la objetividad alienante, la ciencia y la técnica interpretan e instrumentalizan la externalidad del fenómeno, de la religiosidad, del folklore y la magia, lo humano se escapa. De otra parte, el vacío de significado y sentido que viven las masas urbanas, ilustradas a medias, reinterpreta al capricho de una subjetividad arbitraria y no menos abstracta los hallazgos y logros de la ciencia y la técnica y los pone al servicio de una religiosidad recreativa, de un folklore y una magia inventados: placebo o erzatz.jParadójicamente, la ilusión “objetiva” del saber y el poder no consiguen sino hacer más notoria la profundidad del misterio. Es un juego de espejos como lo describí alguna vez y en algún otro escrito. En la experiencia del vivir cuotidiano, tras de la fachada imponente que muestran la ciencia y la técnica, la ignorancia e impotencia del hombre moderno se ahondan. En la sociedad postmoderna se muestran como cara interior de la llamada “paradoja global” Cuanto más se amurallan científico y técnico en el ámbito estrecho de la objetividad y del método, tanto más buscan refugiarse las masas en el sueño y la magia.
¿Se reduce la experiencia “chamánica” a la eficacia objetiva de un paquete de técnicas?. ¿A una subjetividad derivada de procesos bioquímicos?. ¿Son independientes la experiencia del “brujo” y la experiencia cultural y social de la colectividad en que opera?. Laboratorios e “iniciaciones” turísticas, al arrancar al “chamán” y a sus técnicas fuera del contexto vital en que arraigan, ¿no escamotean, acaso, la verdad de los hechos?. Formulada la misma pregunta a una escala mayor, la religión y los mitos, el ritual y la magia ¿son instituciones especializadas del mismo nivel que las otras o constituyen el espacio total de sentido-propósito-acción que, para cada cultura, configura lo real y posible en cuanto experiencia y vivencia?. Weltanschauung, paradigma, cultura; cosmos, razón, realidad natural y social; experiencia. Para los antropólogos, por no menos de un siglo, han sido cuestiones cuya respuesta se dio por sentada. Desde hace unos años están otra vez en el centro de nuestra atención.
Mario Polia, en La Sangre del Condor, primera versión castellana de un libro que alcanza ya el éxito en su previa versión italiana, prosigue una lenta y paciente indagación etnográfica de más de una década. Su objetivo es arriesgado y difícil. Capturar la experiencia chamánica en sus propios contextos, sin desnaturalizarla al contacto de nuestras preconcepciones, teorías o métodos. Su estilo de approach no es ni relativista ni ingenuo. Ni se permite caer en la trampa de un culturalismo que abstraiga la singularidad de lo andino de la universalidad de lo humano. Su foco se encuentra esta vez en la experiencia compartida del mundo que otorga un sentido común a la visión del chamán y a la de la colectividad en la que ejerce su práctica. Experiencia compàrtida del alma, que es vida, que es sangre y por eso tradición que remonta a la fuente, al origen humano del cosmos: la sangre del Cóndor que, como la del Dragón en los mitos germánicos, nos abre a la voz del ancestro el oído interior al beberla. Pone a contribución para ello una vasta experiencia de años en el campo de religiones y místicas, mitologías, folklores y magias con toda una obra cumplida que cubre la mística islámica, la moral del bushido, los mitos de Arturo y del Grial, las runas odínicas y una notable traducción del Voluspa.
¿Es universal el mensaje que transmite esa voz de las aves --las almas-- en los Andes del norte y que ha hecho de Mario Poliá -italiano-- su intérprete?. Sobre la universalidad de las tradiciones arcaicas se ha escrito bastante este siglo. Casi tanto como sobre las relatividades sociales y la incapacidad de las ciencias empíricas para comprobar la existencia de ningún universal de cultura. Mario Polia comparte con las almas andinas la universalidad del mensaje. No debe sorprendernos por eso, que el fin de este viaje en que nos hace de guía, peregrinación iniciatica en el más verdadero sentido, nos encuentre de retorno a la Arcadia. En un mundo “al derecho” e inverso desde el que este mundo se percibe y se vive “al revés”, pachacuti, volteado. Un mundo encantado del sentir presocrático donde Dios no se ha muerto y está onmipresente, sus dioses y lares animan todavía la llama del fogón hogareño, la vida está en todo y el hombre no está aun desterrado.
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